"Cuando descubras tu propio Corazón, en él
encontrarás el Lugár de la Paz.
Desde entonces, Canaguay vivió, buscando su
propio Corazón. Una tarde, otro Gallo se lo abrió
en la Gallera." - Canaguay, Antonio Mejía Gutiérrez.
No sé muy bien por qué puse el final de Canaguay como cabeza de mi texto, pero desde que mi hermano me lo leyó por primera vez, mucho antes de entender su pleno significado, es un pasaje literario que me resuena en la cabeza casi a diario. Tal vez sea que la vida de "Simón el Avispadito" está marcada por la misma estrella que la de su gallito de combate, y por ende la búsqueda de gallo y hombre es tan semejante. O de pronto, solo de pronto, es para rellenar espacio, sabedor de que el autor y sus herederos no me van a hacer reclamación por los derechos.
Nunca he sufrido los espacios cerrados
mientras pueda mover los brazos, sufro mas bien el encierro del alma, el cierre
de la vida al que yo le eché candado. Esa ausencia que trato de asfixiar con
humo, fermentación y destilados, la nostalgia de todo aquello que pudo haber
sido, el anhelo de tantas cuantas cosas que, tal vez, nunca debieron ser.
No me aqueja la soledad física, esa que
busco, tal vez de manera casi patológica, porque los cuerpos ajenos me estorban.
Odio sin embargo la soledad del corazón, esa que se siente cuando no hay afecto
ajeno, principalmente por haber tenido (durante mucho tiempo) la incapacidad de
amarme a mi mismo. En mi defensa, quienes me han amado, saben que no es fácil hacerlo.
En este aislamiento he descubierto que
anhelo mucho aquello que ya no está, que daría dos terceras partes de lo que queda
por recuperar lo que ya se ha ido, o por conseguir lo que nunca fue; no por el
encierro en sí mismo, quienes me conocen saben que no me representa un cambio
muy grande a otras situaciones que ya viví con anterioridad (la recuperación de
mi accidente, por ejemplo); es mas bien esa ansia de encontrar un nuevo lugar
en el mundo donde pueda amar tanto lo que hago como cuando trabajaba con mis
fantasmas 3 pisos bajo tierra sin mas compañía que la de unos espectros
invisibles que sentía observarme por las hendijas de los anaqueles, eran días
felices aunque su descripción no lo demuestre.
Ahora tengo muchos días felices, han
sido los que invierto en escribir hasta que el cerebro se me exprime
(afortunadamente la cuarentena me da para tener muchos de esos). Como lo fueron
también todos aquellos que pasé cuidando caballos, aliviando taparos
encarrillados, cuidándolos como si fueran solo míos. Ah días esos en los que
ensillé el caballo para trabajar con él, para enseñarle a corregir defectos tan
arraigados que otros no habrían podido mejorar, o esos en los que prendí la
moto para alejarme de todo y de todos, sin otra compañía que no fuera mi soledad,
sintiendo que el mundo era mío, que no necesitaba nada más, que nada me hacía
falta; esos días de caballo y moto se fueron hace rato, sabrá Dios si alguna
vez volverán.
El paraíso, mi paraíso, también está en
ver jugar a mis sobrinos, nunca he sido bueno con los niños, incluso cuando fui
niño me sentía ajeno a lo que representan, hay una barrera extraña que me
separa de ese mundo fascinante, sin embargo, disfruto lo indecible sentándome cerca
y oír atentamente sus constantes ocurrencias.
Hoy escribo esto a modo de catarsis,
realmente valor literario no tiene este texto, incluso a medida en que lo
escribo, me pregunto constantemente si valdrá la pena publicarlo, no sé si
darle voz a este extrañar familia y cosas le dará el poder de regresión a
aquello que todavía podría volver, o si, por el contrario, lo condenará a su
perpetua pérdida. Esa duda me asalta, y me “atormenta” el saber que nadie tiene
una respuesta certera sobre el asunto.
Al final, detrás de estas cortas líneas,
llego a una conclusión obvia, el paraíso, mi paraíso, se encuentra en los días
mas felices, en el amor. El amor, por lo que hacemos, el amor, por quienes
tenemos, la pasión y el anhelo de dedicar mis días a eso que me aferra a seguir
viviendo con esperanza y sin miedo… si algo de eso regresase, o si de lo otro
pudiera pagar facturas, tendría la vida arreglada.
Afortunados aquellos que pueden vivir
con amor, que tienen la bendición de pasar cada día haciendo lo que aman... eso
si es vida.
De acuerdo yo siempre traía a colación en mi trabajo: "Hay que vivir con amor, hablar con amor, trabajar con amor y por sobre todo Servir con amor"
ResponderEliminarAtentamente,
Tu servidora con amor! Siempre por siempre y para siempre!