lunes, 25 de agosto de 2014

Poseidon



Quien fuera Poseidón para ensillar caballos en el mar, cabalgar por el mundo entero sobre las olas, sintiendo el viento en la cara y el sol en los brazos, siendo libre a lomos de mi caballo, galopando en los huracanes y subiendo con empuje las montañas de alta mar.

Quisiera ser Poseidón para ensillar caballos en el mar, pastar todos los días en una isla diferente, y descansar plácidamente en ciénagas y bahías, también descender sin temor hasta lo más profundo del océano para saber que se esconde allá.

Quien fuera Poseidón para ensillar caballos en el mar, enlazar delfines y arrear ballenas, hacer cabriolas en medio de las violentas tempestades, y desafiar a Zeus en el ojo de las tormentas. Que las olas rujan al romper como suena el zurriago al estallar.

Quisiera ser Poseidón para ensillar caballos en el mar, y correr río arriba hasta llegar al hogar, junto a una enorme laguna donde pueda galopar un poco más.

Quien fuera Poseidón para ensillar caballos en el mar, y muy atrevido y gallardo a lomos de mi brioso animal, seducir ninfas, musas, y hasta una que otra mujer que a la playa se llegue a broncear.

Quisiera ser Poseidón para ensillar caballos en el mar, y nunca ser olvidado, vivir en la memoria de todos cuando este cuerpo mortal sea tan solo cenizas del pasado.

lunes, 18 de agosto de 2014

Odio

Tan lejos de Dios, tan lejos del diablo, tan lejos de ti y perdido entre las sombras, perdido entre las sobras de ese amor que no fue, de ese amor que mendigué, de todo lo que hicimos y del tiempo perdido  por lo que no se hizo, odiando tanta melancolía porque no la mereces, odiando el seguir queriendo que en cualquier momento regreses.

Odiando tantos recuerdos, odiando tanto silencio, odiando estas murallas que se ríen porque no te tengo. Odiando mi bondad, odiando mi nobleza, y sobre todo el tiempo que pasa y tu nada que regresas. Odiando el quererte tanto, y no dejar de pensarte, es que ojalá fuera fácil encontrar como olvidarte.

Aún no llega el cansancio, mucho menos la buena suerte, pero lentamente se van perdiendo las ansias de tenerte. Y entre tantas cosas que odio, y tantas vainas perdidas, no pudiste dañarme las dos que son más queridas, pues sigo amando a mi caballo, y más que a el: ¡A MI FAMILIA!

lunes, 11 de agosto de 2014

Tras Las Orejas De Un Caballo

Es ese lugar donde se hacen las paces con Dios y con el mundo, el lugar donde el universo entero se ve distinto. Allí se desvanecen las tristezas al sentir el repicar de los cascos y el resoplar de los equinos, si el cielo existe, seguramente allá se llega a caballo y las puertas celestiales son un portón de golpe.

El lomo del caballo es más cómodo que cualquier sofá, más grato que cualquier fiesta. Ahí el alcohol es agua fresca y el humo del tabaco una suave brisa. Es sobre el lomo del caballo donde la vida merece ser vivida y donde valdría la pena morir, pues solo se vive plenamente haciendo los que amamos, en compañía de quienes se aman, y es solo así que se vive y muere con satisfacción.

Montar a caballo es como estar entre los brazos de una mujer, como perderse en el brillo de sus ojos. Mujeres y caballos, con formas igual de dulces, y ese bamboleo delicioso que las acompaña mientras se alejan. Mujeres y caballos, tienen similar belleza, y una gran capacidad de amor, de fuerza y de nobleza.

Montar es llevar cientos de kilos entre las piernas, pujando con brío, pujando con fuerza, y controlarlos hasta entrar en armonía y naturaleza. Es olor a felicidad, amor y alegría, es olor a la verdadera riqueza de la vida.

Tras las orejas de un caballo es donde se ha hecho la mayor parte de nuestra historia, donde se fragua el valor de los hombres y donde se ama con mayor intensidad la vida, la pasión y las mujeres.

Es por eso que LOS MEJORES MOMENTOS DE LA VIDA SON TRAS LAS OREJAS DE UN CABALLO Y FRENTE A LOS OJOS DE UNA MUJER. Es por eso que allí espero vivir la vida y encontrar la muerte; tras las orejas de un caballo y mirando a los ojos a mi mujer.

lunes, 4 de agosto de 2014

Tristezas



Hay tristezas que son furtivas, que pasan rápidamente cual ventisca fuerte que se pierde en segundos, y hay otras duraderas, que se acomodan en los huesos, que atacan y arremeten sin tregua contra el corazón maltrecho.

Hay tristezas que no sanan por la profundidad del sentimiento, que solo se aprenden a llevar, pero que jamás abandonan el pecho. Hay tristezas leves y superfluas hijas de suertes pasajeras, de circunstancias insípidas, de sucesos que fácilmente se olvidan.

Tristezas que se hacen públicas para drenarlas prontamente, otras son inconfesas debido al orgullo existente. Tristezas que quedan en casa, al salir a la oficina, otras que te acompañan, hasta el final de los días.

Hay tristezas de amor y de odio, tristezas de arrepentimientos, tristezas de soledad, tristezas que se lleva el tiempo.

Pero por cada tristeza existente, siempre existe una fuerza latente, que las arrastra o que las destruye, o en más fuerza las convierte.

Una fuerza inaudita que no nos suelta ni cede, que se vuelve hierro y piedra y los dolores a palos muele.

Una fuerza que se vuelve rabia, o fría serenidad, que nos lleva hacia adelante y nos acompaña hasta la muerte.


Fuerza interior y física, fuerza de amor o maldad, furia del cielo que mira, y hace eco en la eternidad.