jueves, 4 de octubre de 2018

Don Juan de Covadonga- José Asunción Silva

Esta noche les comparto un poema que no es mio, pero por algún extraño motivo (o tal vez ni tan extraño gracias a la influencia de mi papá) es uno de mis favoritos, llevo pensando en sus lineas varios días y me pareció oportuno dejarlo aquí para el beneficio de mis lectores. Ustedes saben que no ha sido mi estilo llenar de publicaciones ajenas este espacio, pero algunas valen mucho la pena, esta es una de ellas. Espero lo disfruten.

DON JUAN DE COVADONGA

Don Juan de Covadonga, un calavera,
sin Dios, ni rey, ni ley, y cuyo hermano,
Hernando, el mayor, era,
después de haber llevado airada vida
Prior de cierto convento en Talavera;
don Juan, el poderoso, el cortesano,
grande de España, seductor de oficio,
el hombre en cuya mano
tuvo grandeza excepcional el vicio
después de amar, de odiar, de lograr todo
cuanto es posible e imposible, un día
sintió el cansancio de la vida, el lodo
de cuantos goces le ofreció la suerte,
se mezcló a su tenaz melancolía
el ansia de consuelos superiores;
pensó en Dios, pensó en Dios, pensó en la muerte,
pensó en la eternidad y desprendido
del lujo, del amor, de los honores,
escribió a la Duquesa de Vilorte
diciéndole un adiós, definitivo,
arregló todo, abandonó la Corte,
y sin un escudero, al paso vivo
de su yegua andaluza, macilento,
huyendo del pecado, fugitivo,
por ignorada vía
llegó a la portería
silenciosa y oscura del convento.

-¿Nuestro padre Prior?..., preguntó al lego,
-en oración, hermano,
-¡Por la vida!
¿Lo llamará vuesa merced?... -Ahora
es imposible, hermano... Vuelva luego;
es imposible ahora... Éxtasis santo
cuando reza lo embarga. -Mas le ruego,
yo estoy aquí perdiéndome, entre tanto,
siento la angustia del infierno, el fuego...
-Sírvase entrar al locutorio... -¡Vanos
placeres, del Señor sonó la hora!,
don Juan dijo, al entrar; -¡mundo, hasta luego!
y por fin se encontraron los hermanos...
Don Juan, perdido en crápulas y excesos,
temblándole las manos,
con el aire de un pobre arrepentido
y la boca marchita por los besos,
y Hernando, el Prior, brillándole en los ojos,
un fuego juvenil, siempre encendido,
y süaves y rojos
los labios por las santas oraciones
y el olvido del mundo y sus pasiones.
-¿Orando tú?... le dijo
don Juan, con voz monótona y cansada,
lejos de todo, en la quietud suprema
de la vida del claustro... -cuando fijo,
temblando, una mirada
en el abismo actual de mi miseria,
sueño también en el retiro... -¿Cómo,
interrumpió el Prior, -la cosa es seria?
¿Te arruinaste por fin? ¿La de Vilorte,
la archiduquesa de cabellos rubios...
La dama más airosa de la Corte,
la rival de la reina en el donaire? ...
Aún de sus besos guardas los efluvios...
¿Qué pasa por allá?... ¡Si traes un aire!
Oye, Juan, mira, hermano... Aquí en la triste
vida conventual, todo reviste
un aspecto satánico, mis horas
tienen angustias indecibles, mira,
un enjambre de formas tentadoras,
entre mi celda, por la noche, gira
y huye... De la oración con los empeños
lo disipo por fin... Ansío el oro,
suenan choques de armas en mis sueños,
flota un sabor de besos en el coro,
y es mi vida una lucha prolongada,
de rudos sacrificios,
en que domo la carne alborotada,
con ayunos y rezos y cilicios...
Y yo llegué al convento... ¡pobre loco!
Triste y arrepentido,
soñando en fin en descansar un poco,
y en ansiedades místicas perdido...
Pero, dime, ¿a qué vienes? ... -Yo, por verte,
dijo don Juan, -por verte, a toda prisa,
y por darte noticia de la muerte
de don Sancho de Téllez, tú, mi santo,
¡por su eterno descanso di una misa!

¡Y al salir por el negro camposanto,
en que el convento oscuro se prolonga,
ansiando la quietud de los que fueron,
por la primera vez se humedecieron
los ojos de don Juan de Covadonga!

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA