domingo, 8 de marzo de 2020

De Algo nos Tenemos que Morir

A modo de nota introductoria:

Junto con el escrito anterior, nació este otro y, pese a también tener sabor a autosuperación, es de los que más me ha gustado en esta primera oleada de escritos modelo 2020.

Es posible que varios de mis amables lectores piensen que el tema de este texto es una manifiesta irresponsabilidad de mi parte, o tal vez una ingenuidad absoluta; en lo último, puede que hasta tengan razón, pero también los invito a que revisen a profundidad su concepto del control, el cual puede ser tan ilusorio como mi fascinación con el destino. No obstante no me detendré más en ello, pues profundizar en suposiciones podría dar pie para escribir un tratado de metafísica.

Espero que lo disfruten a pesar de su longitud y que entiendan su mensaje, de manera tal que puedan encarar sus miedos con entereza, después de todo...


DE ALGO NOS TENEMOS QUE MORIR

Un pensador árabe (o tal vez turco) cuya identidad no he podido recordar, definió el hilo de la vida con la palabra “Kismet” (en español, léase con acento en la E); tal palabra se entiende de manera simplista como “destino”, pero el personaje del que hablo en este texto, después de largas consideraciones, determinó que el Kismet es un destino inalterable, una “marca de nacimiento” o un “acta de defunción” si así se lo prefiere, es decir, es el hado inevitable para el que algunos están marcados, aunque tal vez todos lo estemos de alguna manera.

El Gran Vlad reinó en su pequeño y poderoso principado con mano de hierro ensangrentada, enfrentando a turcos y húngaros por igual, fundamentando cada una de sus decisiones, cada uno de sus crueles procederes, en el Kismet. También los pueblos escandinavos, desde mucho antes del  florecimiento del Imperio Otomano o la resistencia Valaka, tenían dos frases que siempre me han parecido sabias y poderosas (podrían solo ser un simple pajazo mental que me ha dado el aguante para afrontar las vicisitudes de la existencia). (i) “Wyrd biđ ful aræd” la cual se traduce en “el destino es inexorable” o “el destino es inescrutable”, cabe apuntar que el significado varía dependiendo de la traducción de la fuente. Tal vez, y es lo que yo quiero pensar, significa ambas cosas, pues el futuro no es predecible, y a su vez inevitable, sea cual sea el final de las cosas, eventualmente ha de llegar. (ii) afamada por producciones hollywoodenses se me hace también fascinante “el hilo de la vida fue cortado por Las Nornas mucho antes de que tu nacieras; puedes esconderte debajo de una piedra pero, en su momento, allí te encontrará la muerte”. Y es que la muerte siempre será el postrer peldaño en esta empinada escalera que llamamos vida.

Supongamos entonces que el Kismet es real, y por ende, en palabras del pensador de quien no me acuerdo el nombre, inalterable… ¿vale la pena dejarse paralizar por el miedo cuando al final sabemos que de algo nos tenemos que morir? Y no solo el temor a la muerte, sino a saber que, sin importar cual sea el camino que tomemos, en algún momento terminaremos viéndonos en determinada situación, intentando tomar la decisión que se pretendía evitar. En esos momentos cruciales, que definen existencias y se buscan a sí mismos en el trasegar de los días para cumplirse a cabalidad, cuando no haya más opción que enfrentar la determinación tan relegada, solo le resta al humano decir de algo nos tenemos que morir. Es un mantra que a veces se dirá con miedo, o con orgullo, con valor o resignación, pero, al final siempre será un buen mantra.

No sabemos que nos traerán las consecuencias de cada una de nuestras acciones, nunca se sabe, Wyrd biđ ful aræd. Siendo así, sabiendo que hasta el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, me pregunto y les pregunto a ustedes ¿por qué tenemos que esperar tanto? ¿por qué el hombre se resiste tanto a lo inevitable sabiendo que “de algo nos tenemos que morir”?

Ahora bien, no estoy haciendo apología al suicidio, o declarando que se debe vivir una vida sin metas ni propósitos. Especialmente porque una vida sin éstas últimas dos debe ser particularmente triste; no importa cuales sean hay que tenerlas, bienes materiales, iluminación espiritual, una vida de servicio a los demás, lo que sea. En lo personal, mis metas y propósitos, que a muchas veces publicitados, siempre han sido claros anhelos; solo una vez, por amor, elegí un camino diferente (y por amor lo volvería a hacer). Aquello no pelechó, supongo que fue Kismet, porque el destino inalterable no es solo la muerte, aunque he de confesar que, si bien de amor nadie se ha muerto, sería un noble deceso fallecer de amor o por amor, sobre todo considerando que de algo nos tenemos que morir. 
Respecto de la anécdota que anterior, seguramente o levantará muchas opiniones, alusiones y hasta algunas rabietas. Si algo tienen que decir, los leeré.

Otros dirán, en referencia al centro de este texto que la sabiduría popular le ha dado sus refranes nacionales en dichos como “al que nació pa tamal, del cielo le caen las hojas”, “a toda puta le llega su botellazo”, o “lo que es para uno… no se desvía ni queriendo”. Todo ello lo acomodo en la frase sajona Wyrd biđ ful aræd. Y aun, sin poder escrutar los acontecimientos futuros, sabedores de que el destino es tan inclemente como el pasado, se le debe esperar con ansias, con la misma ilusión con que se compra la lotería.


Realmente no quiero extenderme más, esta es una simple reflexión/confesión de consideración personal que daría mucho de qué escribir,  pero no quiero fatigarles mis lectores. Solo les dejo el mantra para el miedo, para la angustia, cuando tengan que enfrentar lo inevitable, o cuando se les escape su frágil ilusión del control, recuerden a diario que… de algo nos tenemos que morir.

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1 comentario:

  1. Pues tan simple que solo necesitamos estar vivos para morir!

    Ni siquiera hay que estar enfermos con estar vivos es suficiente!

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