miércoles, 29 de mayo de 2019

Caperucita Cazadora


El frío se quedó en el umbral de la ventana, muerto del susto por el calor que ella irradiaba aquella noche, cuando Caperucita rodeó al lobo con sus perfectas piernas y a mano limpia lo sometió.

Nadie podía prever el fragor que ocultaba esa inocente cara. ¡Lobo pendejo! no entendió a tiempo quien era realmente la presa, y quien la verdadera fiera; hipnotizado por sus besos y ese criminal cuerpo, a sus ojos se les escapó que en el lugar donde debía tener el corazón solo había un hondo hueco negro ¡lobo cegatón! ¡Disque tenía ojos grandes para verla mejor!
Caperucita se cenó al lobo una vez, y luego otra; una y mil veces se lo comió, luego le despegó la piel de los roídos huesos y se tapó la desnudez con aquel pellejo.

Al final del cuento la piel del animal terminó en la sala, convertida en tapete, y la cabezota adornando la chimenea de la cazadora bestial; mientras que los huesos deambulan, sin cabeza y despellejados, seguros de que el precio pagado es bajo al recordar tantos besos cargados de pasión. e Y de tarde en tarde cuando se acuerda de ella, el descabezado lobo tranquilo piensa:
-Que mi piel limpie sus pies, vale la pena el recuerdo, aunque dicha tarde jamás se repitiera.

Su sonrisa lo acompaña, sus pestañas le amortiguan las caídas, sus labios dulces le encantan; él esqueleto, cadáver ambulante de alguien (o algo) que alguna vez fué, la recuerda todavía.

En donde quiera que ella esté, el sentir del lobo la acompaña, queriendo vivirlo todo, pero esta vez, desde la tarde hasta la mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario