La Montaña
Al fondo brilla el rio cual hilo de
plata, serpenteando por el valle de los recuerdos, bajando caudaloso desde el
páramo del tiempo hasta llegar al sitio dónde quedó la infancia; ese lugar
encantado al que llegan las cosas que no consumió el olvido, ese sitio remoto
donde, por el tejer de las Nornas, fue a parar el amor fallido.
Allá, en el techo del mundo, el sol se
ve más intenso, y el brillo de las estrellas siempre es mucho más bello; el
recuerdo duerme arrullado por el rumor del gran rio, y se sazona con el sabor
de tus besos al encontrarse con los míos.
En ese lugar que últimamente ya muy poco
menciono, el refugio de la memoria, el “Coco” del olvido; allá, verdes y
dorados, recuerdos y besos hacen bosques, donde el amor y el dolor tienen el
mismo olor de verbena, de lo dulce, lo vivido, lo más amado, lo perdido.
Allá mis caballos, a pesar de no haber
coincidido, galopan llevando a lomos: el recuerdo de tu amor, y el calor de tu
cariño. En esa playa honda, donde alguna vez dio la vuelta mi mula, en esa
laguna de recuerdos, en la zulia de las memorias; en ese lugar remoto, todas
las noches, sin falta, tu amor con el mío se encuentra, allí viaja mi memoria,
desahuciada de olvido.
En esos escabrosos caminos, donde un
grito de “¡ANIMELO!” me preparó, sin
saberlo, para los ratos más sufridos; acullá, en las mañanas me envía el frío
capitalino, me devuelve a tu recuerdo y a lo que he amado desde que era niño.
En esa montaña remota se devuelve el viento, ya cansado de tanto andar; de
donde “El Putas” no pudo llevarme,
pues no fue capaz de llegar; en ese sitio remoto el Diablo se convirtió en
santo, ya fuera por el cansancio del viaje o por el miedo que le daban los
hombres
Ahí guardo a buen recaudo tu amor para
que nadie lo toque, y no poder olvidarlo entre el licor y el derroche. En la
Montaña de la infancia, la cordillera del corazón, de ranchos chicos y bosques
enormes, de caminos escarpados que me
enseñaron el oficio de ser hombre; en la tierra más salvaje, de guatines
ariscos, de tigres feroces, mulas pajareras, caballos briosos y recuerdos
gratos que llevan tu nombre. Eludida siempre por el citadino olvido, en la
montaña siempre te veo, sentada a lomos de mi caballo, del alazán o del zaino,
rodeada por mis amores, por lo que me es más sagrado, por los recuerdos mas queridos.
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