miércoles, 1 de noviembre de 2017

Eterno Debate

Entre la tranquilidad y el llanto, agradeciendo lo que tengo y añorando lo que tuve, pensando en lo que perdí, repitiendo mentalmente las duras palabras de la mamá de Boabdil.
Entre la tranquilidad y el llanto del por mayor y el por cuanto de lo que alguna vez tuve, de lo que alguna vez fui.
Entre la tranquilidad y el llanto de la ciudad codiciosa y la montaña contagiosa, queriendo sumar lo que se ha ido a aquello que conseguí.
Entre la tranquilidad y el llanto de la silla caliente y la cama vacía, alentado en la soledad pero queriendo encontrar tu mirada con la mía.

Entre la tranquilidad y el llanto mostrando una sonrisa fría y conteniendo amargamente las lágrimas saladísimas, porque el tiempo lleva prisa y no perdona la brisa de la soledad ni del triunfo.
Y es que en esas vive el hombre, entre tranquilo y llorando, entre feliz y enojado porque la vida no para, porque de noche no puede sacar de tajo lo que por golpe entró una mañana, porque el secreto lo asola, porque nunca llega la hora de sentirse liberado, porque por cada tranquilidad hay un sueño fusilado, porque teme perder hoy mismo aquello que aún le resta y también lo que le ha llegado trepando la dura cuesta.

Entre la tranquilidad y el llanto por aquello que nunca ha sido, por el lugar en que está y por lo que ya ha perdido.
Entre la tranquilidad y el llanto de la solvencia sufrida y la ilusión descolorida, peleando contra su sombra, anhelando lo perdido, dando paso al sufrimiento o añorando al ser querido.
Entre la tranquilidad y el llanto de la noche silenciosa, cuando la mente está agotada y el cuerpo exige otra cosa.
Entre la calma del desahogo y el sollozo de la tristeza, la alegría de la bonanza y una soledad sin tregua. Entre la fuerza del pujante y la debilidad del inseguro.

Entre tranquilo y llorando, tan feliz, tan desgraciado, exorcizando los fantasmas de todo lo que ha pasado y queriendo sumar el espectro de eso tan resistente, de ese infernal demonio que a diario mata y nunca muere, peleando con el pasado y dándole lidia al futuro.

Avanzando a trompicones, sin dejar de caminar, porque así viven los hombres después de cierta edad. Cargando a sus espaldas el peso de la conciencia, llevando a cuestas siempre esa constante guerra, esa que a diario pelea apenas se abre el debate y se pasa el tiempo peleando, y tambaleando, debatido eternamente entre la tranquilidad y el llanto.

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