LO
QUE SOMOS
Hay momentos que nos obligan a volver a
lo básico, a la pluma y el papel, al hogar materno, a deseos casi olvidados; a
la confusión y a la angustia que se anidan mas allá de las pasajeras certezas; a
replantear el camino y a reconsiderar la vida.
Es que una buena parte del ingrato oficio de vivir está en eso: soportar golpes, fracasos, pérdidas, “retrocesos”, aguantar la incertidumbre que nos da el no tener respuestas; la vida somos nosotros en esa lucha
incesante que no admite otra rendición diferente la misma muerte. Es el avance
obligado, o voluntario, pero incesante, muy a pesar de los permanentes golpes. Es el
despellejamiento cuando, ya caídos, no es posible frenar el paso del tiempo que
nos sigue arrastrando por el suelo, que nos conduce a una decadencia y fallecimiento inevitables. Es entonces cuando entendemos
que “la fuerza” no es un atributo, ni
una cualidad; es una mera ilusión, tan sobrevalorada como “el control”. Aquello que llamamos “fuerza” es la simple obligación que tenemos de seguir resistiendo porque “no eres el único” y porque “a todos nos pasa”.
En esos desplomes, costaliadas, o guamazos; en esas limadas contra el pavimento que nos rasgan la ropa,
rayan el cuero, y dejan en carne viva, cuando lo único que sabemos es que “vamos
de culos y no hay barranco”, es ahí descubrimos quienes somos mas allá de lo que
lucimos o queremos mostrar.
Así, despejados de chiros, piel y
marmaja, obligados al reinicio forzoso, sin poder detener la avanzada, encontramos
la importancia de los anhelos mas viejos, los antojos cuya resistencia
sobrepasó a aquellos que no sobrevivieron a las perdidas. Allá en la oscuridad
de la noche, mecidos por los inclementes brazos de la angustia, descubrimos lo
que somos.
Y al final de todo, somos la suma de fracasos restados a las magras victorias; somos las respuestas que nunca encontramos; somos lo que de
nosotros queda en pie una vez pasa el derrumbe; somos esos amores que permanecen
parados y enteros, ocultos entre las vigas, paredes, y escombros, cuando el terremoto
manda todo lo demás al suelo.
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